Alumno
Fernando Santiago Novelo
Materia
Ortografía
Profesor
José Gilberto Rivera Suarez
Trabajo
Actividad Global
Carrera
Lic. Ing. Software y Sist. Computacionales
Cd del Carmen, Campeche a 15 de diciembre
de 2002
Actividad Global
Uso
de la coma, punto y punto y coma
AXOLOTL
JULIO CORTAZAR
“No quise consultar obras especializadas, pero volví al día siguiente
al Jardin des Plantes. Empecé a ir todas las mañanas, a veces de mañana y de
tarde. El guardián de los acuarios sonreía perplejo al recibir el billete. Me
apoyaba en la barra de hierro que bordea los acuarios y me ponía a mirarlos. No
hay nada de extraño en esto porque desde un primer momento comprendí que
estábamos vinculados, que
algo infinitamente perdido y distante seguía sin embargo uniéndonos. Me había
bastado detenerme aquella primera mañana ante el cristal donde unas burbujas
corrían en el agua. Los axolotl se amontonaban en el mezquino y angosto (sólo yo puedo saber cuán
angosto y mezquino)
piso de piedra y musgo del acuario. Había nueve ejemplares y la mayoría apoyaba
la cabeza contra el cristal, mirando con sus ojos de oro a los que se
acercaban. Turbado, casi
avergonzado, sentí como una impudicia asomarme a esas figuras silenciosas e
inmóviles aglomeradas en el fondo del acuario. Aislé mentalmente una situada a
la derecha y algo separada de las otras para estudiarla mejor. Vi un cuerpecito
rosado y como translúcido (pensé
en las estatuillas chinas de cristal lechoso),
semejante a un pequeño lagarto de quince centímetros, terminado en una cola de
pez de una delicadeza extraordinaria, la parte más sensible de nuestro cuerpo.
Por el lomo le corría una aleta transparente que se fusionaba con la cola, pero lo que me obsesionó
fueron las patas, de una finura sutilísima, acabadas en menudos dedos, en uñas minuciosamente
humanas. Y entonces descubrí sus ojos, su cara, dos orificios como cabezas de alfiler, enteramente de un oro
transparente carentes de toda vida pero mirando, dejándose penetrar por mi mirada que parecía pasar
a través del punto áureo y perderse en un diáfano misterio interior. Un
delgadísimo halo negro rodeaba el ojo y los inscribía en la carne rosa, en la piedra rosa de la
cabeza vagamente triangular pero con lados curvos e irregulares, que le daban una total
semejanza con una estatuilla corroída por el tiempo. La boca estaba disimulada
por el plano triangular de la cara, sólo de perfil se adivinaba su tamaño
considerable; de frente
una fina hendedura rasgaba apenas la piedra sin vida. A ambos lados de la
cabeza, donde hubieran debido estar las orejas, le crecían tres ramitas rojas como de coral, una
excrescencia vegetal, las
branquias supongo. Y era lo único vivo en él, cada diez o quince segundos las ramitas se
enderezaban rígidamente y volvían a bajarse. A veces una pata se movía apenas, yo veía los diminutos dedos
posándose con suavidad en el musgo. Es que no nos gusta movernos mucho, y el acuario es tan mezquino; apenas avanzamos un poco
nos damos con la cola o la cabeza de otro de nosotros; surgen dificultades, peleas, fatiga. El
tiempo se siente menos si nos estamos quietos.
Fue su quietud la que me
hizo inclinarme fascinado la primera vez que vi a los axolotl. Oscuramente me
pareció comprender su voluntad secreta, abolir el espacio y el tiempo con una inmovilidad indiferente.
Después supe mejor, la contracción de las branquias, el tanteo de las finas patas en las piedras, la
repentina natación (algunos
de ellos nadan con la simple ondulación del cuerpo) me probó que eran capaz de evadirse de ese sopor
mineral en el que pasaban horas enteras. Sus ojos sobre todo me obsesionaban.
Al lado de ellos en los restantes acuarios, diversos peces me mostraban la
simple estupidez de sus hermosos ojos semejantes a los nuestros. Los ojos de
los axolotl me decían de la presencia de una vida diferente, de otra manera de mirar.
Pegando mi cara al vidrio (a
veces el guardián tosía inquieto) buscaba ver mejor los diminutos puntos áureos, esa entrada al
mundo infinitamente lento y remoto de las criaturas rosadas. Era inútil golpear
con el dedo en el cristal, delante de sus caras no se advertía la menor
reacción. Los ojos de oro seguían ardiendo con su dulce, terrible luz; seguían mirándome desde una profundidad insondable
que me daba vértigo.
Y sin embargo estaban
cerca. Lo supe antes de esto,
antes de ser un axolotl. Lo supe el día en que me acerqué a ellos por primera
vez. Los rasgos antropomórficos de un mono revelan, al revés de lo que cree la
mayoría, la distancia que
va de ellos a nosotros. La absoluta falta de semejanza de los axolotl con el
ser humano me probó que mi reconocimiento era válido, que no me apoyaba en analogías fáciles. Sólo
las manecitas… Pero una lagartija tiene también manos así, y en nada se nos
parece. Yo creo que era la cabeza de los axolotl, esa forma triangular rosada con los ojitos de oro.
Eso miraba y sabía. Eso reclamaba. No eran animales.
Parecía fácil, casi obvio, caer en la
mitología. Empecé viendo en los axolotl una metamorfosis que no conseguía
anular una misteriosa humanidad. Los imaginé conscientes, esclavos de su cuerpo, infinitamente condenados a un silencio abisal, a una reflexión desesperada.
Su mirada ciega, el
diminuto disco de oro inexpresivo y sin embargo terriblemente lúcido, me penetraba como un mensaje:
«Sálvanos, sálvanos». Me sorprendía musitando palabras de consuelo, transmitiendo
pueriles esperanzas. Ellos seguían mirándome inmóviles; de pronto las ramillas rosadas de las
branquias se enderezaban. En ese instante yo sentía como un dolor sordo; tal vez me veían, captaban mi esfuerzo por
penetrar en lo impenetrable de sus vidas. No eran seres humanos, pero en ningún animal había
encontrado una relación tan profunda conmigo. Los axolotl eran como testigos de
algo, y a veces como
horribles jueces. Me sentía innoble frente a ellos, había una pureza tan espantosa en esos ojos
transparentes. Eran larvas,
pero larva quiere decir máscara y también fantasma. Detrás de esas caras
aztecas inexpresivas y sin embargo de una crueldad implacable, ¿qué imagen
esperaba su hora?
Les temía. Creo que de no
haber sentido la proximidad de otros visitantes y del guardián, no me hubiese atrevido a
quedarme solo con ellos. «Usted se los come con los ojos», me decía riendo el
guardián, que debía
suponerme un poco desequilibrado. No se daba cuenta de que eran ellos los que
me devoraban lentamente por los ojos en un canibalismo de oro. Lejos del
acuario no hacía mas que pensar en ellos, era como si me influyeran a
distancia. Llegué a ir todos los días, y de noche los imaginaba inmóviles en la
oscuridad, adelantando
lentamente una mano que de pronto encontraba la de otro. Acaso sus ojos veían
en plena noche, y el día
continuaba para ellos indefinidamente. Los ojos de los axolotl no tienen
párpados.
Ahora sé que no hubo nada
de extraño, que eso tenía
que ocurrir. Cada mañana al inclinarme sobre el acuario el reconocimiento era
mayor. Sufrían, cada
fibra de mi cuerpo alcanzaba ese sufrimiento amordazado, esa tortura rígida en el fondo del agua.
Espiaban algo, un remoto
señorío aniquilado, un tiempo de libertad en que el mundo había sido de los
axolotl. No era posible que una expresión tan terrible que alcanzaba a vencer
la inexpresividad forzada de sus rostros de piedra, no portara un mensaje de
dolor; la prueba de esa
condena eterna, de ese infierno líquido que padecían. Inútilmente quería
probarme que mi propia sensibilidad proyectaba en los axolotl una conciencia
inexistente. Ellos y yo sabíamos. Por eso no hubo nada de extraño en lo que
ocurrió. Mi cara estaba pegada al vidrio del acuario, mis ojos trataban una vez
mas de penetrar el misterio de esos ojos de oro sin iris y sin pupila. Veía de
muy cerca la cara de una axolotl inmóvil junto al vidrio. Sin transición, sin
sorpresa, vi mi cara
contra el vidrio, en vez
del axolotl vi mi cara contra el vidrio, la vi fuera del acuario, la vi del otro lado del vidrio. Entonces
mi cara se apartó y yo comprendí.
Sólo una cosa era extraña:
seguir pensando como antes, saber. Darme cuenta de eso fue en el primer momento
como el horror del enterrado vivo que despierta a su destino. Afuera mi cara
volvía a acercarse al vidrio, veía mi boca de labios apretados por el esfuerzo
de comprender a los axolotl. Yo era un axolotl y sabía ahora instantáneamente
que ninguna comprensión era posible. Él estaba fuera del acuario, su pensamiento
era un pensamiento fuera del acuario. Conociéndolo, siendo él mismo, yo era un
axolotl y estaba en mi mundo. El horror venía -lo supe en el mismo momento- de
creerme prisionero en un cuerpo de axolotl, transmigrado a él con mi
pensamiento de hombre;
enterrado vivo en un axolotl, condenado a moverme lúcidamente entre criaturas
insensibles. Pero aquello cesó cuando una pata vino a rozarme la cara, cuando
moviéndome apenas a un lado vi a un axolotl junto a mí que me miraba, y supe
que también él sabía, sin comunicación posible pero tan claramente. O yo estaba
también en él, o todos nosotros pensábamos como un hombre, incapaces de
expresión, limitados al resplandor dorado de nuestros ojos que miraban la cara
del hombre pegada al acuario.”
Conclusión
Los signos de puntuación tienen una función principal que es permitir entender con mayor practicidad en los textos, para así poder generar un entendimiento razonable en diferentes cuestiones, ya que pueden ser textos científicos, ensayos e incluso cuentos. La congruencia en los textos se debe al uso correcto de los signos de puntuación en los textos.
Palabras
agudas, graves y esdrújulas
Conclusión
La
importancia del aprendizaje del uso correcto de la ortografía, es ayudarnos a
expresarnos con ideas claras, precisas y contundentes a la hora de querer
expresarnos, ya sea de forma escrita o hablad, y esto para tener una buena comunicación
al momento de realizar una tarea, un trabajo, un cv, etc. y evitar confusiones
y esto demuestra respeto y profesionalismo hacía quien nos dirigimos y que
seamos tomados con seriedad.
Hablando
de la parte estudiantil, pues nos ayuda a escribir de forma correcta y
desarrollar habilidades para desarrollar habilidades académicas, y comunicar
eficazmente lo aprendido y evitar mal interpretaciones que conlleven a un mal
trabajo realizado.
Una
mala palabra puede cambiar el sentido de los que queremos expresar.
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